domingo

Cenizas y algo más. Varanasi, India.

No todo lo que va a parar al Ganges son cenizas...

Por las calles de Varanasi.

Varanasi, situada a orillas del río Ganges, ciudad de más de un millón de habitantes y una de las siete ciudades sagradas del hinduísmo, del jainismo y del budismo. Cada año millones de peregrinos se dirigen al Ganges en Varanasi para rezar, purificarse, hacer sus abluciones (purificación ritual de algunas partes del cuerpo) o morir, porque quien deja su cuerpo en la ciudad sagrada y es incinerado junto al río se libera del ciclo de reencarnaciones y entra en el Nirvana. Todo hinduísta debería visitar Varanasi al menos una vez en su vida.
Ciudad deseada para el destino final: miles de enfermos y ancianos esperan su muerte en Varanasi, por lo que puedes ver en todo momento lo cruel que puede ser esta vida, las enfermedades más terribles y unas incapacidades físicas inimaginables. Un choque cultural y un dolor para el alma...


Varanasi.

Octubre de 2001, la segunda ciudad que visité después de Mumbai. Gabriel, un amigo de Canadá, me esperaba en el aeropuerto. Su ánimo no era precisamente el mejor. Había pasado las últimas cinco semanas en Nepal, rodeado de gente amable, pacífica, de buen carácter y ahora, apenas pasadas 24 horas en India, estaba totalmente fuera de sí. Ya lo había leído en algún artículo referido a la India: "Se debería visitar primero India y después Nepal y no al revés". Lamentablemente para mí, el mal humor -por llamarlo de una forma educada- le duró lo que nos duró el viaje juntos: dos semanas. Doy fe.


En las calles todo vale...


En la pensión donde nos alojamos, Gabriel había conocido un australiano y un brasileño, y los tres días siguientes lo pasamos los cuatro juntos. Flavio, de Brasil, era un chico muy corajudo, llevaba recorriendo medio Asia con no más de una frase en inglés. Así y todo, lograba comunicarse con todo el mundo.


Flavio, Gabriel y yo.

A la mañana siguiente a mi llegada, de madrugada, salimos con un guía en dirección al Ganges. A medida que cruzábamos la ciudad y nos acercábamos más al río, íbamos viendo más ancianos, más familias con niños, más turistas, más comercio.


Preguntando por el precio...


Nos subieron a los cuatro en un bote parecido a una cáscara de nuez cuando el sol comenzaba a asomarse. Y es cuando empiezas a tomar conciencia de donde estás: los ghats -escalinatas que bajan al río- ya estaban colmados con gente a punto de meterse al agua. Purificándose, lavándose la cara, los dientes. El olor es algo que nunca había sentido y que quizás por eso nunca podré olvidar, el olor de las cremaciones. Los cadáveres envueltos en mantas blancas, poca gente alrededor de cada fogata, algunos turistas...


                                                        Amanecer sobre el Ganges.

 El Ganges, uno de los ríos más contaminados del mundo, nacido en el Himalaya, recorre 2510 km. antes de desembocar en el Golfo de Bengala.
Todavía en nuestra cáscara de nuez, le pedí a Flavio que constatara lo que veía en el agua. "Si, pero mejor no mires más". Una vaca muerta, flotando. Un hombre que estaba purificando su cuerpo, el agua hasta los hombros, al verla llegar la empujó un poco...


Ghats.

Las cenizas de los recién cremados se tiran al Ganges, eso ya lo sabemos. Pero no todo se puede cremar, no al menos aquello que para ellos es sagrado. Los niños, los hombres santos de la India (los Sadhus, hombres que dedican toda su vida a la meditación), las mujeres embarazadas y, sagradas también, las vacas. Al morir, sus cuerpos van al Ganges. En épocas del monsoon, de junio a septiembre, las aguas del río bajan y los cadáveres que no han seguido la corriente del río salen a flote.


Lavando ropa en el Ganges.

Lavado de ropa.





Si, ver lo que ví fue una experiencia única y posiblemente irrepetible. Pero esa y otras noches me costó reconciliar el sueño, solo me ayudaba el cansancio del día.





sábado

Coreanos en Escandinavia.

Encontrar coreanos en Escandinavia no tendría nada de excepcional si no fuera porque...

Mi prima Andrea me compró en Buenos Aires, porque se lo había encargado, un Eurail Pass y me lo envió con un amigo (el primer intento de envío, unos meses antes, se había "perdido" en manos de algún empleado del correo). Por descuido me había comprado 15 días seguidos de viajes en tren en lugar de 15 días/viajes a usar en dos meses. Los Eurail Passes son pasajes de tren para viajar libremente por Europa, con una cantidad de variantes en cuanto a días, países, tipos de trenes y precios. En 1991 abarcaba la Europa "clásica" con 7, 15 o 21 días, primera clase obligatoria para los mayores de 26 años. Solo pueden usarlo los no europeos y no residentes -para europeos está el "Inter Rail"-.
A dónde ir con esos pasajes y cómo? Durmiendo durante 15 días seguidos en trenes? Dónde hay ciudades que visitar en un solo día? No puedes visitar París, Madrid o Roma en un día, y ni hablar de perder un solo día de viaje! Dónde encontrar ciudades relativamente importantes y lo suficientemente distantes entre si como para pasar la noche durmiendo en el tren? Y en qué ciudades europeas puede haber duchas públicas en las estaciones de trenes? (Hoy en día en la mayoría de ciudades importantes). La respuesta a mis preguntas: en Escandinavia!
Octubre de 1991, partiendo de Múnich hacia el sur (en Escandinavia no hay tanto por recorrer, tenía que comenzar por otro lado) llegué a Milán, de ahí a Florencia, Siena y Pisa. Y comenzé a "subir": primera parada en Amsterdam, a la noche el tren me llevaría, con transbordos, a Helsinki. En el andén de la estación había muy poca gente. Me llamaron la atención tres personas, una pareja de asiáticos y otro hombre, a mis espaldas y sentados en un banco, esperando el mismo tren que yo. Lo extraño era que entre ellos hablaban castellano -en un castellano muy pobre-. El asiático preguntaba al otro hombre, señalando su Eurail Pass "Tren para?" No, tren no para -contestaba el otro- "Tren para?" Si, si, tren para... Y otro par de preguntas en ese estilo.
Llegado el tren los perdí de vista. El primer transbordo fue apenas una hora después en una estación de nombre impronunciable, siempre dentro de Holanda. Al intentar fijarme en un mapa de allí el recorrido del viaje, encontré a los tres en un intento de conversación similar a la anterior. Y no pude con mi curiosidad, dirigiéndome a la asiática: Disculpe, de dónde son? "De Corea", dijo ella. "Y usted?". De Argentina, Buenos Aires. El coreano, su marido, comenzó a saltar de la alegría y no paraba de repetir "Yo! Buenos Aires! Argentina! Avenida Carabobo! Yo! Avenida Carabobo!" (no lograba pronunciar más de dos palabras seguidas). Primera aclaración de su parte: coreanos residentes en Buenos Aires (Avenida Carabobo en el barrio donde vivía la mayor parte de la colectividad coreana). Segunda aclaración: el castellano, pobre y muy cortado, era el único idioma en común que tenían con Gabriel, canadiense. Y así fue como el resto del viaje -por Helsinki, Estocolmo, Oslo y Copenhague- lo compartí con Gabriel y en el camino, pasando los días, nos íbamos cruzando a Sonia y Antonio, sus nombres argentinos...

Y un poco de información turística. En un viaje anterior me había encontrado con mexicanos viajando por Europa y ellos me habían hablado muy bien de Estocolmo. Les di la razón, la ciudad es bellísima, tanto de día como de noche. Pocas ciudades me han impactado tan favorablemente. Es sencillamente diferente a todas las ciudades que he conocido.
En el primer tramo del viaje y antes de llegar a Copenhague, durmiendo los cuatro en un mismo compartimiento nos despertamos con un movimiento extraño: el tren se movía pero no parecía andar sobre rieles. Y salimos para verlo: estábamos sobre un transbordador con rieles en su interior. En el tren y navegando...
Las cuatro capitales escandinavas. Lo más importante -y lo único- que recuerdo de Helsinki es el viento. Estocolmo es imperdible! Oslo es la llamada "capital mundial del pullover", cientos, miles de ellos en todos los colores y versiones posibles, hermosos y accesibles para bolsillos de un solo tamaño... Copenhague tiene su encanto, y su sirenita.

jueves

El miedo de los otros. El Cairo.

La Esfinge y, detrás, la pirámide de Keops.

En junio de 2001 cumplí un sueño que tenía desde hacía muchos años: ver las pirámides de Egipto.
Siempre que he viajado sola, fue seguro después de preguntar a amigos y conocidos si alguien quería compartir el viaje conmigo. Después de escuchar los no puedo, no tengo dinero, no tengo vacaciones, no me interesa el lugar o "si me esperas un año vamos juntos", finalmente decido salir cuándo, a dónde y cómo yo realmente quiero... El Cairo fue una de las excepciones. Cinco días con una conocida de Perú, que para tratarse de un país árabe, mejor mal acompañada que sola (exagero un poco, no estuvo tan mal, hicimos un segundo viaje juntas y ahí sí estuve a punto de convertirme en su asesina...)

Bella, imponente, perfecta.

El Cairo cubrió todas mis aspectativas. La ciudad me encantó, la gente mucho más moderna que en otros países de la región y realmente amables. Asusta un poco ver tantos uniformados en las calles armados hasta los dientes, pero al fin y al cabo es por nuestra seguridad. La Esfinge, los tesoros de Tutankamon en el Museo Egipcio, las pirámides de Giza, con todo quedé encantada. No dejaba de agradecer por poder estar ahí! El punto culminante para mi fue la entrada a la pirámide de Keops, un momento indescriptible, no apto para personas con claustrofobia o problemas físicos (una buena parte hay que recorrerla en cuclillas y el último tramo hacia la tumba de Keops es por escaleras que se asemejan mucho a las pobres, simples escaleras de un pintor de techos). Mi compañera de viaje, ni claustrofóbica ni disminuída, prefirió esperarme afuera... Viajar a Egipto para ver esa gigantesca obra y no querer entrar! No encuentro explicación para ello.

Dentro de la pirámide de Keops: la parte de acceso más difícil, a recorrer agachados. Delante mío caminaban tres señoras musulmanas con vestimenta típica, hasta los pies -las había visto llegar en limusina con su guía- y zapatos de taco aguja! 

El fin del recorrido: la cámara del rey en la pirámide de Keops.

El comienzo: compramos en Múnich los billetes de avión y decidimos buscar un hotelito al llegar al aeropuerto. Conseguimos hotel y guía en español para los próximos días. Nuestro guía venía con auto y conductor -que no hablaba ninguna lengua extranjera- y estuvimos con ellos cada mañana hasta apenas entrada la tarde. El resto del día solas pero sin problemas para movernos por la ciudad. Hasta nos atrevimos a viajar en metro y, para nuestra sorpresa, comprobar que la parte reservada solo para mujeres no lo es tanto. Otra sorpresa, dada la cultura y tradición egipcia, es ver por la noches bien tarde jovencitas paseando solas -de a dos o en pequeños grupos- o con amigos. Habiendo visto en Marruecos, por ejemplo, a las chicas siempre acompañadas de la madre de una de ellas, lo de El Cairo me parecía un buen paso a la modernización -liberación femenina es demasiado decir-.

La Ciudadela.


La enferma, yo, de insolación. Al pedirle a mi compañera de cuarto que bajara pidiendo hielo para el dolor de cabeza, le dijeron que volviera a la habitación y que en pocos minutos lo subirían. Y nos trajeron el hielo en un precioso cubo para champagne y una servilleta de hilo!

El final: el lunes un poco antes de las 6 de la mañana salía nuestro avión de vuelta, a las 3 nos pasaba a buscar el conductor del auto de los días anteriores pero sin nuestro guía. Las dos estábamos un poco incómodas con la situación, debían recogernos a esa hora de la mañana en un país que nos era extraño, una cultura que no compartíamos y subirnos al auto de un hombre con el no podíamos intercambiar más que un par de palabras. Además en ese momento en la recepción del hotel, ya nos habían avisado, no habría nadie. Pero tampoco teníamos otra opción.
Durmiendo, nos despierta el teléfono a la una de la mañana. Nuestro chofer quería asegurarse de que no nos quedáramos dormidas y nos llamaba para ello dos horas antes! Solo le escuché decir "no sleep, madam". El resto lo adiviné. Dos horas más tarde bajamos puntuales y para acentuar nuestra inseguridad estaban las luces del hotel apagadas, apenas una lamparita que hasta se nos antojó macabra. Él nos ayudó con el equipaje y al entrar al auto, gran sorpresa! Sentados dentro una mujer y dos niños pequeños... Ella dijo en inglés "Disculpe, por favor, pero nunca dejamos a mi marido viajar solo con extranjeros a estas horas de la madrugada, tenemos miedo..."
El viaje hasta el aeropuerto fue de lo más relajado y divertido y nos enseñó a no prejuzgar a la gente que se sacrifica trabajando.

Acá se puede observar el tamaño de cada piedra y, arriba a la derecha, la entrada a la pirámide de Keops.

martes

Perdida en Jordania...



Si fuera cuestión personal, definiría a Petra como una de las tres maravillas que conozco de este mundo -junto con la pirámide de Keops y el Taj Mahal, sin poder decidirme exactamente en el orden de preferencia-. Es igual cómo y cuantas veces me lo expliquen, no puedo entender semejante belleza. Tremendas, grandiosas obras de arte... Admiro la mano del hombre que tantas veces ha sabido ser más sabia que la propia naturaleza.

En julio de 2012 fui una semana al sur del Sinaí, en Egipto, con la intención de hacer desde allí dos excursiones, una de ellas cruzar en barco por el Golfo de Aqaba a Jordania para conocer Petra. Taba, a pocos kilómetros de la frontera con Israel, fue el lugar que elegí para quedarme.


A las 2 de la mañana me recogieron en minibus del hotel para viajar 60 km al sur y desde la ciudad egipcia de Nuweiba tomar el ferrie. Había llegado de un paseo por Israel -que había durado exactamente 20 horas- a eso de las 21 del día anterior.
Ya casi en el puerto nos pasaron a otro bus entre líos de nombres, operadores turísticos y nacionalidades (mi operador era alemán, mi pasaporte italiano y en lugar de decir mi nombre preguntaban por el pasajero alemán), de ahí a esperar el turno para subir al barco, sin saber exactamente en qué grupo estás ni reconociendo a los que harán el viaje contigo. Bajamos del ferrie en Aqaba (se pronuncia ácaba), ya en Jordania. Nos dividieron en grupos según la excursión que habíamos comprado y me tocó compartirla con unas diez personas de distintas nacionalidades con guía en inglés y el resto con polacos con otro guía polaco. Después de un poco más de dos horas de viaje en bus, con una parada para usar el toilette y hacer compras -prioritariamente para los guías turísticos en el orden contrario, claro está- llegamos a Petra, la ciudad contruída en la roca, la ciudad rosa. Se divisa primero la ciudad nueva, la antigua le sigue un poco después.
Ya a esa hora de la mañana comenzaba a notarse mi cansancio. La temperatura del día alcanzaba los 45 grados, vestida obligatoriamente con pantalón liviano pero que llegaba a los tobillos y cubiertos también los hombros. Gorra para protejerme del sol, mochilita, cámara fotográfica, una bebida...

El Siq, o desfiladero, que conduce a la ciudad.

Las maravillas del lugar se pueden ver en fotos (te muestro algunas) y en videos, la experiencia de caminar por el lugar, especialmente por el desfiladero, no tiene explicación alguna. Mi anécdota personal comienza al final de la excursión, de vuelta en Aqaba.
Habiendo recorrido bien la ciudad, con paradas para beber algo fresco, buscando siempre un mínimo de sombra, comenzé el regreso a la entrada -que a propósito: es carísima!-; debíamos juntarnos en el bus a una hora determinada para ir a almorzar a la ciudad nueva. En los toilettes del lugar tuve la suerte de encontrar la mujer que se encargaba del mantenimiento que, viendo mi palidez (totalmente insolada) inclinó mi cabeza en el lavamanos y me tiró un balde de agua fría. Y otro más, hasta que pude enderezarme y salir caminando. Doscientos metros de caminata hasta el bus y ya estaba totalmente seca, pero no olvidaré la ayuda de esa mujer.
En el restaurant apenas pude comer, el dolor de cabeza no me dejaba disfrutar de nada. Llegando a Aqaba para alcanzar de nuevo el barco y después de otras dos paradas "comerciales", y cuando faltaba ya muy poco para el puerto, otra parada más! No puede con mi genio, protestando con el guía -que de simpático no tenía nada-, me dijo que podía llegar hasta donde estaba anclado el barco caminando: "Gire en la esquina a la derecha, siga la calle y encuentra el puerto". Ay, ay ay...
Las 16:20, el barco salía a las 17:00. Caminados los primeros 100 metros pregunté si iba en buen camino, el hombre con sus pocas palabras en inglés me acompañó un tramo. "Argentina? Messi!". Seguí sola, caminando por la rambla. El lugar era muy lindo, familias disfrutando del agua y del paseo, Aqaba es una ciudad moderna y grande. Pero el puerto no aparecía. Pregunté a un par de gente más, no entendían lo que yo quería. En una esquina encontré un puesto de policía, había tres uniformados dentro. Uno me hizo señas de seguir derecho, feliz de haberme entendido y ayudado. Y el puerto seguía sin aparecer.
A cada persona que cruzaba le pregunta si hablaba inglés, recibía una sonrisa y un okey como respuesta. Hasta que me encontré con mi salvador! (?) Tenía una especie de minibus con solo el primer y segundo asiento y me preguntó si necesitaba un taxi. Sí, necesito llegar al puerto! No entendió la palabra puerto. Puerto, Egipto. "Ok, avión?" preguntó con señas hacia el cielo. No, no, puerto, barco, agua! "Agua? Ok." Seguía con gestos de no entender. "Glu, glu" -sugerí-. Pero nada funcionaba, ningún gesto, ninguna palabra. Un buen anciano que estaba sentado en un banco a un par de metros pareció darse cuenta de lo que quería y me preguntó "Egipt?". Siiiii, por fin! Y me hizo señas de cruzar a nado. Risas de los presentes, pero al menos le dijo a mi futuro conductor a dónde yo debía ir. Puestos de acuerdo, pregunto "Cuánto?" Me entendió! "10 dollars". No tengo dólares, puedo pagarle en euros. "Eh???" La palabra euro la dije en todos los idiomas que pude. Ninguna reacción. "Dolar=USA, euro=Europa". Naaada. Lo escribí en un papel y tampoco sabía lo que era. Justo apareció otro hombre que pasaba y le explicó lo que era el euro. Todos de acuerdo, le dije que me llevara pero sin el recién llegado -que parecía otro "taxista"-. Si tenía que defenderme de algo, que fuera de un hombre y no de dos...
Subimos a su destartalado vehículo y seguimos por la misma avenida ancha. Siempre derecho y el puerto no aparecía. La avenida se transformó en una autopista y ahí fue cuando empecé a decirle que ese no era el camino. En realidad sabiendo que no entendía le decía solo "no" y "stop". Pero él me quería llevar a destino. Y así durante unos 10 minutos. Hasta que después de una curva lo vi, a lo lejos: el puerto. El puerto de carga! Mis no! empezaron a transformarse en gritos. Y él no dejaba de decir "ok". Era tal el escándalo que le armé durante ese trecho, que llamó a alguien por celular, parece que refiriéndose al tema, porque cortó y el teléfono volvió a sonar más veces. Hablaba desesperadamente con alguien y me señalaba, a la vez que conducía. La tercera vez no atendió, abrió la guantera del auto y tiró el aparato dentro...
Salimos de la autopista para llegar a lo que decía Port 3, y yo sabía que el mío era el Port 1. En el lugar había un soldado. Mi chofer le explicó su versión, entonces el otro me pidió el pasaje! Dios, si sigo gritando, pensé, termino en alguna estación de policía o con mejor suerte dentro del agua... Con calma le dije que no tenía pasaje. Papelito y lapicera otra vez, escribí la palabra port con los números 1 y 3, dibujé un barco y -con palitos-, un ser humano y un camión, como para que notaran la diferencia. "Usted y yo somos personas. Esto es un puerto de carga. Quiero ir en un barco para personas". Respuesta del soldado: "Ok. Pasaporte". Ayyyy. Se lo mostré, me lo devolví quitándoselo de las manos y le hice señas al taxista de dar la vuelta y volver. Entendió! Faltaban 10 minutos para que saliera mi barco cuando vi el cartel que decía City/ 2 km., se lo hice ver, dijo "Ok." y retomó la autopista. Ya no sabía a dónde me iría a llevar, pero seguro estábamos lejos. Mi pensamientos iban desde "a dónde voy si pierdo el barco? Con quién hablo? Habrá consulado en la ciudad? Dónde encuentro personas que me entiendan? En un hotel de lujo habrá personal para poder preguntar..."

No se dibujar, una suerte que tuviera papel y lápiz conmigo.

El taxi se transformó en ambulancia porque pasamos todos los semáforos en rojo hasta que de repente se sonrió y dijo "Ok!" y dobló a la izquierda, en dirección al agua. Nooooo! Pero ya era tarde. Claro, tenía que haber un Port 2, y ahí estábamos. Lleno de soldados y uno pareció entender inglés, habló en árabe y salimos otra vez a toda velocidad hacia mi puerto...
Cinco minutos tarde y, gracias a que cada pasaporte lo revisaban cuidadosamente, estaban la mitad de los pasajeros todavía en tierra firme. Los polacos de mi excursión, últimos en la cola, no salían de su asombro al verme bajar del minibus (no me habían dirigido la palabra en todo el día y de repente querían saber todo sobre mi). "Y usted dónde estaba?". Paseando por la ciudad, conté. "Ah, por eso sobraba un pasaje y nadie sabía qué hacer con él!" Mi pasaje lo tenía el que controlaba la entrada al barco porque el guía no sabía siquiera que faltaba una persona...
Mi conductor se ganó los 10 euros y una propina. El pobre hombre estaba más nervioso y más asustado que yo. Y seguramente desde entonces tiene para contar la "aventura" de su vida...

El momento en el que desde el desfiladero comienza a divisarse la ciudad.

Khasnè, el edificio más célebre y hermoso de Petra.

Tumbas de la calle de las Fachadas.

Tumbas de la calle de las Fachadas.

Uneishu, tumba real.





domingo

Emiratos Árabes y Qatar: entre futurismo y machismo.


De compras por Dubai...

Emiratos Árabes.
Si como mujer latina piensas que conoces el machismo, una visita a algún país árabe o musulmán te hará conocer no solo que la mujer es tratada como un ser humano de segunda clase, sino además despreciada y relegada a un segundo plano por la mayoría de los hombres. Si, también puede ser que no todos sean así, pero si no se comportan de esa manera, en el fondo así piensan de las mujeres. Así se les enseñó y así ellos enseñarán a sus hijos. Y si niegan ese trato es porque puede más su buena educación, que en algún momento de su vida y en un solo, único gesto, quedará en el olvido. Ni siquiera existe esa especie de respeto y admiración que siente, por ejemplo, el hindú por su madre y por su abuela (no hay respeto más grande que el que se demuetra a los mayores). Para la religión musulmana existe solo un sexo: el masculino; el otro es algo que está en esta vida para servir a ese sexo y traer hijos al mundo -hijos varones, porque lo demás, o sea las hijas, son hijas de sus mujeres-. No te ofendas, no es cuestión religiosa, pero hoy en día nadie puede negar que las cosas son así y jamás van a cambiar. Y es el pequeño trato diario que se les da a esas mujeres, a la pequeña humillación que para ellas puede pasar desapercibida pero que toda mujer -persona- con un mínimo de inteligencia no puede dejar pasar por alto. Tampoco es la única religión ni la única cultura que nos da ese trato, pero ahora te quiero contar de esas "pequeñeces" a las que me refiero.

Las vacaciones en la playa no cuentan entre mis preferidas, pero hay veces que he necesitado del calor y el sol que tanto falta en Alemania. Esa necesidad de "asarme" por unos pocos días y volver cargada de nuevas energías y con un color distinto en la piel. Y así es como, en el verano de 2005, quise conocer uno de los países más ricos del mundo: los Emiratos Árabes Unidos. Ubicado en Oriente Medio, con una población de un poco más de 9 millones de habitantes, de los cuales solo el 15% son nacidos en el país. El 85% restante son inmigrantes, entre ellos un 50% del sur de Asia (nepaleses, afganos, paquistaníes, indios). Lo que significó para mí, como para todo turista, ver una ínfima cantidad de emiratíes.
Mi paquete turístico abarcaba el vuelo y una semana de hotel con media pensión en uno de los siete emiratos: Sharjah, el tercero en importancia después de Dubai y Abu Dabi. Y el único en el que está prohibida la venta de bebidas alcohólicas. Si quieres beber alcohol debes comprarlo en otro emirato y beberlo en la habitación del hotel... No era un problema para mí, lo extraño era que mi hotel estaba lleno de turistas rusos (nunca supe de un ruso que no bebiera alcohol). Mi habitación estaba en el primer piso, un pasillo largo y con un joven indio que parecía vivir en el pasillo mismo. Desde la 7 de la mañana hasta la 1 de la mañana del día siguiente estaba ahí, supuestamente al servicio de quien lo necesitara. El primer día lo saludé con un "namasté" y me gané su simpatía. Trabajaba en Sharjah para mantener a su mujer y dos hijos que vivían en India. Me daba pena su historia, pero siempre estaba de buen humor y era realmente servicial. Cada tarde al volver de la piscina a mi habitación llegaba con dos helados, uno para mi y otro para él, que aceptaba con una enorme sonrisa.

Sharjah

Sharjah


Principios de septiembre y el calor era agobiante. Recién llegada, a la mañana me duché en mi habitación con lo que pretendía ser agua fría. Desilusionada me fuí a la piscina, pero el agua estaba todavía más caliente. El mar como tercera opción y el agua de mar aún más caliente que las dos anteriores. Quería calor y sol y estaba en el lugar indicado...
Las dos primeras tardes me subí al minibus del hotel que me llevaba al centro de la ciudad, lleno de mercadillos propios de los países árabes pero en versión rica: bajo techo y con aire acondicionado. Algo asì como un shopping center de baratijas.
El tercer día decidí ir a Dubai, siempre en el bus del hotel. La arquitectura del país es gigantesca, moderna, majestuosa. Las avenidas, las autopistas, los autos! Todo es grandioso, lujoso, extravagante. Y aquí están mis anécdotas...


Necesitaba informaciones y mapas de Dubai y entré el la oficina de información turística en pleno centro. El único hombre de ahí, de unos 30 años, me recibió amablemente y con simpatía y mientras me acercaba unos mapas ví algo detrás de él que me dejó boquiabierta: banderas, escudos, fotos del club atlético Boca Juniors, de Argentina. No soy para nada simpatizante del club, pero no podía dejar de sonreír al ver todo eso. El joven, originario de Abu Dabi, me contó que había llegado a Buenos Aires en un barco turístico y que había comprado esos artículos después de haber ido a ver un partido de fútbol... Señalándome el mapa que me estaba mostrando, en un segundo se transformó (y esto es parte de lo que me refería al comienzo). Entró un hombre de unos 40 años, que podría ser turista árabe y/o local, y el empleado me ignoró completamente. Dejé de existir de un instante al otro, comenzó a buscar mapas e información para el recién llegado, ni siquiera me dijo que esperara, ni me despidió, ni supo que yo seguía allí y, enterada a la fuerza de que no me dirigiría la palabra hasta que el otro se fuera, me retiré. Mujer, extranjera, cristiana...

Cuando a la tardecita me decidí volver al hotel, en el otro emirato, comenzé a buscar un taxi. Al no conseguir que parara ninguno, me quedé en un esquina al lado de un semáforo. Abrí la puerta del primero que ví libre. Me miró de mala gana y me dijo que si quería ir a Sharjah que buscara enfrente, de la mano contraria (no podía girar? No quería!). No se veían otros extranjeros por ahí ni mucho menos mujeres solas. Después de veinte minutos de intentar que alguno parara, volví a la táctica de la esquina del semáforo. Esta vez me subí a uno sin preguntar, le dije a Sharjah y el nombre del hotel y en cuanto empezó a protestar me puse a leer lo que tenía en la mano ignorándolo completamente -estaba aprendiendo!-. "Rush hour", y lo que sería un viaje de 20 minutos llevó una hora, y si hay algo realmente económico en los emiratos, es el petróleo (por una hora de viaje 12 euros, es lo que cuesta de mi casa al centro de Múnich por 5 minutos de viaje). En una hora hubo tiempo de charla: el taxista era de Paquistán, trabajaba y vivía en Dubai para mantener mujer y un racimo de hijos, enviaba casi todo su sueldo a su familia y en lo posible dos veces al año los visitaba -como la mayoría de extranjeros asiáticos-. Cuando le pregunté por qué no me quería de pasajera, me dijo que no tenía ganas de ir hasta el otro emirato porque ya terminaba su día de trabajo. Entonces todos los taxistas que paré anteriormente tienen su mismo horario de trabajo?, pregunté con sarcasmo. "Y además porque es una mujer sola" me dijo.

El último caso similar me pasó en uno de los zocos de Sharjah mirando para comprar un macro zoom para mi cámara. Después de mostrármelo, el empleado me lo quitó de las manos y lo guardó al ver que entraba un hombre al negocio. Se deshizo en atenciones para con él y me fuí. Al otro día volví al zoco y cuando me vió pasar se acercó muy sonriente "Se acuerda de mí? Tengo el zoom para mostrarle". Y yo le mostré el que acababa de comprar...
Tampoco quiero dejar de mencionar a unas pocas personas que se acercaban amablemente a preguntarme de dónde era y si me gustaba su país.


Doha, capital de Qatar.


Qatar.
En otro viaje, en 2009, me quedé todo un día en Doha, capital de Qatar. El país más rico del mundo con un 87% de extranjeros! Trabajadores extranjeros, debería decir. Y si ví algún qatarí no podría asegurarlo, las ventanas de sus super autos tenían vidrios polarizados. La arquitectura de sus edificios todavía más impresionante que la de los emiratos. Debajo un par de fotos de un mundo futurista...


Qué hacer en un parque donde todo está prohibido?

Donar sangre al alcance de la mano...



Necesita el mundo todo esto?

lunes

Venecia en carnaval.


En febrero de 1997 decidimos pasar un fin de semana de carnaval en Venecia: Marcela, Alejandra, Mariana y yo, argentinas, y Nydia de Colombia. Tomamos desde Múnich una excursión en autobús un viernes por la noche, llegamos a Venecia el sábado temprano y esa misma noche hicimos el recorrido de vuelta.
Lo excepcional del viaje fue, una vez más, la buena compañía. Y lo que quiero contarte no tiene nada que ver con la ciudad en sí, sino lo que nos pasó al final del día.
Por la mañana cuando el conductor del autobús nos indicó dónde tomar el barco -batello- que nos llevaría a la Plaza San Marco, no se cansó de repetir que esa noche, exactamente a la medianoche, partiría el autobús de regreso a Múnich. Con nosotros o sin nosotros. Tomamos nota del número de patente porque, como él explicaba, esa noche estarían estacionados otros cuarenta buses en el mismo lugar. Al batello le llevó 15 minutos llegar a la plaza y también tomamos nota de ese tiempo para poder volver puntuales.
Una experiencia hermosa poder ver Venecia en carnaval, pasearse por la ciudad sin tener nada más que hacer, a ratos sentarse a comer o a beber algo caliente y admirar los disfraces y máscaras venecianas. Para no estar con el tiempo justo, a las 11 de la noche fuimos al muelle. No contábamos con que habría cientos de personas en nuestra misma situación, intentando subir a cada batello que llegaba. Amontonadas entre el gentío nos era muy difícil mantenernos juntas y además parecía que los barcos se llenaban y seguía habiendo tantas personas delante nuestro como al principio. A las 23:30 nos dicidimos y tomadas del brazo las cinco, empujando y atropellando a quienes teníamos delante, logramos subir a uno. Salvadas! Eso creíamos, hasta que el batello hizo sus dos primeras paradas en unos cinco minutos. El que habíamos tomado por la mañana parecía ser un directo, y preguntando nos dijeron que llegaríamos a la parada cercana a la playa de estacionamiento a las 00:20 -y el autobus partiría, sin nosotras, a la medianoche! Después de explicar nuestra situación nos aconsejaron bajar en la próxima parada, correr por una determinada calle hasta el final y ahí encontraríamos el estacionamiento. Si corríamos durante 20 minutos llegaríamos a tiempo...
El escenario te lo puedes imaginar: cinco mujeres a toda carrera por las calles de Venecia, entre risas, diálogos, desesperación, el cansancio del día y cargadas con pequeños bolsos... Esto sin contar con que Mariana y Nydia tenían 19 años y las demás les doblábamos casi la edad... Siempre corriendo logramos preguntar si íbamos en buen camino, y así fue como llegamos un par de minutos antes de la medianoche. Nos faltaba todavía encontrar nuestro autobús. Al separarnos la que lo encontró gritó para reunirnos. Subimos y ahí estaban los dos choferes y solo tres pasajeros. Y los otros? Llegaron todos 00:20, venían en el barquito del que nosotras nos habíamos bajado. Y después contaron que al no poder preguntar la hora de llegada -por no hablar el idioma-, no tuvieron otra opción que llegar tarde...

Alejandra, Marcela, Nydia y Mariana.

Marcela y yo.












domingo

Mumbai: la Entrada a India y mi llegada al país.

Gateway of India (entrada a India).

Ya conté antes mi miedo a la India -el miedo a lo desconocido, en gran parte-. No es fácil llegar y encontrarse con cosas que nunca imaginas que puedan suceder, la cruda realidad del país, la suciedad, la extrema pobreza, las condiciones de vida que para cualquier extranjero occidental son impensables. Quien te habla de lo hermoso que es el país tiene sus razones para hacerlo, lo admito. Pero aquel que dice que no es tanta la miseria, que los indios son felices porque no conocen otra cosa y que ven el país como un cuento de hadas, es porque o son menores de 20 años (cuando se vive posiblemente todavía en una burbuja) o tienen una mentalidad realmente hueca. No se puede ser neutral y dejar pasar por alto todas las calamidades solo porque el Taj Mahal es una de las obras más bellas creadas por el ser humano, ni porque te encante la comida india, ni mucho menos porque hayas hecho un curso de yoga/relajación/meditación o como quieras llamarle en el sur del país. Nadie puede, realmente, ser tan ciego...
Como conté en otra entrada -"Metrónomo, o péndulo invertido..."- mi primera noche en Mumbai la pasé en un hotel cercano al aeropuerto. Temprano en la mañana llegué en taxi a la pensión que tenía reservada. Muy en el centro de la ciudad, una habitación muy grande con baño compartido. En el año 2000 no era tan fácil hacer las reservas en hoteles como hoy en día y la mayoría de hoteles, pensiones y cualquier otra clase de hospedajes los podíamos encontrar solamente en el Let's Go -que ya no se editan más, hoy tenemos los Lonely Planet-. El viaje entrando a la ciudad me iba dando una idea de lo que vendría: a los costados del camino las viviendas más precarias, las típicas "tipi" que conocemos de las películas del oeste americano, usadas en Mumbai como vivienda única, familiar. Un trozo de lona enganchado con ramas de árboles como techo y única posesión material en este mundo. Y no una, sino cientos...
En la puerta del hospedaje encontré un hombre durmiento en el suelo, sobre uno de sus costados. Tuve que saltearlo para poder entrar. Tres días más tarde seguía ahí, en su misma postura. Nunca supe si realmente dormía, meditaba, vivía ahí o estaba muerto. Adentro el lugar estaba relativamente limpio -en India no hay nada limpio-. Mi terror al agua contaminada me hacía lavarme las manos, dientes y cara con agua mineral. La cabeza y partes íntimas con agua ionizada. Y así durante tres semanas...
Recorriendo la ciudad y cerca de la Gateway of India, descansaba un par de minutos a la sombra cuando ví que un indio, con mujer e hijos pequeños, apuntaba su cámara fotográfica hacia mí. Creyendo que estaba delante de algo que le llamaba la atención, me moví unos pasos para que pudiera tomar sus fotos. Pero seguía enfocándome y tomando fotos. Minutos más tarde entendí que pasaba cuando un grupo de jovencitos, cinco o seis de unos 17 años, me pidieron de fotografiarme con ellos. Tenían una sola cámara y se iban turnando para la foto. Incluso uno puso su mano sobre mi hombro -sin llegar a tocarme- a modo de abrazo. Era extranjera, mujer y blanco perfecto para una foto! (a su modo de ver). En los días que siguieron y en todas las ciudades me pasó algo similar, madres fotografiándome con sus chiquitos y hasta con bebés -ellos llorando desesperadamente con una desconocida que los tenía en brazos...- Matrimonios, amigos, sin distinción de sexo ni edad, ahí salía yo en cada foto con quién lo pidiera.
No fue lo único que me siguió en el resto del viaje: los olores, la pobreza, la suciedad, la muchedumbre -si quieres estar solo en India, enciérrate en la habitación de tu hotel-, así como los colores, el polvo de las calles, perros hambrientos, cientos de vacas sueltas, leprosos, discapacitados, la increíble y hermosa arquitectura de los palacios, la gente simpática y las que se quieren aprovechar de todo extranjero (estás usando su país, por ello debes "pagar") y la lenta, mal aprendida, mal interpretada, mal usada y en este caso hasta maldita, burocracia heredada de los ingleses...
Cierra un poco los ojos, respira bien hondo, cuida tus pertenencias, piensa que estás de vacaciones en un lugar exótico y seguramente deseado por mucho tiempo y sumérgete en el país, que después de todo lo que en realidad vale son las experiencias vividas y la cultura adquirida en un viaje. La vista del Taj Mahal en Agra -a relatar en otra entrada- justifica todo el viaje...

Welligton Circle.

Jugando al cricket.

Cuando la compañía hace al viaje. Marruecos.


Keilis y yo en el TGV París-Bordeaux el 29-8-1998.

Quién más, quién menos, muchos hemos pasado por una situación similar: viajando solos podemos conocer una persona excepcional con la que compartir parte del viaje; saliendo de vacaciones con un buen amigo, esas vacaciones pueden convertirse de repente en la pesadilla de tu vida o dejarte el mejor de los recuerdos... Keilis y yo éramos vecinas de edificio en Buenos Aires. Nos conocimos a finales de los 80 y nos hicimos amigas. Ella regresó a su Venezuela natal cuando yo ya vivía en Alemania. En septiembre de 1998 me visitó y, las dos con un Eurail Pass, salimos de Múnich primero a París y de ahí a Madrid, Sevilla, Córdoba, Granada. Ya le había dicho en algún momento que antes de separarnos -ella se quedaría en Barcelona unos días y yo volvía a casa-, me acompañara al lugar donde en realidad quería ir. Y estando en el sur de España, se enteró que cruzaríamos a Marruecos. Fue, y sin duda alguna por la compañía, uno de los mejores viajes que recuerdo. No paramos de reírnos en una semana, y con nosotras los marroquíes. En realidad no se reían con nosotras, sino de nosotras. Y ya desde el comienzo. Intentando bajar del barco en Tánger -intentando porque parecíamos ganado rumbo al matadero-, el hombre que nos recibía en tierra firme me preguntó asustado "Viene sola???". No, -buscaba a Keilis que se me había perdido entre la muchedumbre- con ella! -señalándola-. El hombre se rió a modo de "dos mujeres solas es todavía peor que una!". Dos mujeres solas y viajando por libre en Marruecos...

TÁNGER.
Al vernos descender vinieron hacia nosotras unos treinta hombres "ensabanados" (con kaftán blanco, más bien usado por los hombres que se dedican al turismo) -como les llamamos entonces, a ofrecer hoteles, restaurants, servicio de guía. Arreglamos con uno que nos haría de guía durante ese día, antes de subirnos a un tren hacia Marraquech, esa noche. Las primeras dos horas la tuve a Keilis casi pegada detrás mío: el shock y el miedo que le habían causado los "ensabanados" al llegar le duró un buen rato. Tánger no es una ciudad que vale la pena conocer, pero un modo suave de "aclimatizarse" al país.
Ya estaba oscuro cuando subimos al tren. Teníamos camarote de primera clase -primera clase marroquí!-, dos camas arriba, dos abajo. Nuestra sorpresa fué que debíamos compartirlo con dos marroquíes (en España separan a los pasajeros para compartir camarote por sexo, y justo en Marruecos nos tocaba compartirlo con dos hombres!). En el camarote de al lado estaba la mujer y dos hijos pequeños de uno de nuestros compañeros, pero una marroquí no puede compartir camarote con un extraño, así que la habían puesto a compartir con otras dos mujeres.
En el tren de Tánger a Marraquech.

MARRAQUECH.
En Marraquech nos fué fácil movernos solas, la ciudad es grande y abierta. El calor en septiembre era realmente insoportable, durante las dos horas siguientes al mediodía volvíamos al hotel, el único lugar un poco fresco.
Frente a una de las plazas principales está el jardín botánico Majorelle y ahí vimos lo que jamás pensé ver en un país musulmán. La mujer estaba apoyada sobre las rejas en una posición un poco extraña: uno de sus pies apoyado sobre la reja misma y uno de sus brazos extendidos hacia arriba. Vestida con el niqab (deja solamente los ojos al descubierto), miraba fijamente a quien la mirara. Una prostituta. Nos fuimos a las afueras de la ciudad en un carro tirado por dos caballos (nuestro taxi) y cuando regresamos, unas 3 horas después, ella seguía ahí y en la misma posición...
El segundo día en Marraquech nos adentramos en el suq, que no es muy grande y fácil de recorrer. Keilis, que ya se había hartado de mis recomendaciones de llevar faldas largas o pantalón amplio, no soportó más el calor y decidió salir en mini short. En Marruecos! Al principio fueron miradas muy duras provenientes de mujeres marroquíes. Le siguieron gestos y palabras -que no entendíamos- de cualquiera que nos viera. En un momento me dice: "Ese chico me está siguiendo y me dá miedo, dice algo que no entiendo..." Seguimos recorriendo sin darle importancia hasta que en un momento me dí vuelta y la había perdido de vista. Y por ahí venía, entre enojada y lloriqueando... "Te dije, ese chico me daba miedo! Con su mano rozó mi pecho!" Me dió tanta risa! Para el pobre chico,que no tendría más de 14 años, esa vestimenta era una provocación que no debía perderse. Seguramente su primera experiencia "sexual". Pregunté: y por eso lloras? "No... Es que le dí una cachetada!" Y? "Y él me la devolvió!!!". Esa fue la despedida de sus mini shorts en Marruecos...
Después de un par de días, seguimos viaje en tren hacia Casablanca. La ciudad no nos gustó para nada y una hora después de haber llegado estábamos camino de la estación de trenes con destino a Fès.
En el suq de Marraquech.

En el suq de Marraquech.

En "carroza" con chofer en la Av. de la Ménara en Marraquech. 

Llegando a la Ménara.


FÈZ.
Fèz, ciudad capital del islam en Marruecos, con cerca de un millón de habitantes. Lo más hermoso que he visto en el país. Sentado frente nuestro en el tren que nos llevaba a la ciudad, un joven marroquí, en perfecto español, se ofreció a hacernos de guía. Desconfiadas, hicimos una cita con él para la mañana siguiente. Teníamos anotado un hotel al que ir y nuestro "guía" nos aconsejó que nunca fuéramos a la parte izquierda del hotel, que funcionaba como cabaret (después descubrimos que el hotel era también usado por horas por las "cabaretistas" y sus clientes, y cada vez que subíamos a nuestra habitación éramos acompañadas por alguien de la recepción -qué servicio!-). El hotel era muy barato y un par de cucarachas y otros insectos parecían estar incluídos en el precio, por lo que nos sentimos con el derecho de rociar las camas, suelos, baño y todo lo que encontramos en la habitación, con uno de esos aerosoles contra insectos.
Temprano por la mañana fuimos a la dirección que nos había dado nuestro supuesto guía y ahí nos encontramos con la sorpresa de que era la oficina de turismo oficial y Youssef Korkari -te lo recomiendo!- un guía titulado -español, italiano y francés- que además de presentarse en camisa y corbata, era un joven muy correcto y simpático.
Es una aventura un tanto imposible recorrer el suq (zoco) de Fèz sin guía, porque no se trata solo de los típicos mercadillos sino que está habitado por más de un millón de marroquíes. Youssef había nacido dentro de esos muros...
Por la tarde nos dió un descanso, deberíamos encontrarlo a la mañana siguiente. En todos los bares, restaurants y demás puestos en las calles se ven solo hombres. Hombres solos acompañados por otros hombres. Sentados a una pequeña mesa en círculo, bebiendo algo frío o té de menta. Y nuestra presencia en un lugar así no pasaba para nada desapercibida... Sentadas en la terraza de uno de esos bares, pregunté por el "toilette". Me darían la llave en el interior. Entré, pregunté por la llave y el hombre que me atendió me dijo "la argentina!" a modo de saludo. Llevábamos menos de veinticuatro horas en una ciudad enorme y ya parecían saber todos de dónde eran esas dos mujeres viajando solas... Era lo mismo cada tarde en el país: las dos sentadas a una mesa, rodeadas de hombres que se reían de tal forma de nosotras que hasta nos señalaban con los dedos a modo de que no quedaran dudas sobre que hablaban y se reían de nosotras. Y nosotras dos nos reíamos de sus risas...
Barrio de los tintoreros, Fèz.

El suq de Fèz.

Santuario de Moulay Idriss II, Fèz.

Al final de nuestra aventura nos subimos a un tren nocturno que nos llevaba de Fèz de regreso a Tánger. Youssef nos acompañó a comprar los boletos -primera clase, recomendada para turistas- y por la noche nos llevó a la estación. Subimos y nos encontramos con que solo había dos compartimentos en todo el tren de primera clase y uno de ellos estaba clausurado. Nos acomodamos en el segundo, de seis asientos, y tuvimos que compartirlo con cinco marroquíes: cuatro hombres y una mujer.
Ellos, preguntando de dónde éramos, cuando escucharon "Argentina" sacaron el tema Maradona... Y así fué como empezaron horas de charlas y discusiones sobre Maradona, en parte en francés, en parte en árabe. Y nosotras? Apretadas en nuestros asientos, ahogadas en humo de cigarrillos y aturdidas con los gritos de los otros, logramos quedarnos dormidas!
Un viaje sin lugar a dudas entretenido, lleno de cultura y hermosos lugares y, también importante, gente de buen humor siempre dispuesta a ayudarte y con una sonrisa en su boca, que aunque se rían de ti, aprende a reírte con ellos...